viernes, 11 de octubre de 2013

Extracto "Un día más", continuación de la serie Noventa días.

el viernes, 11 de octubre de 2013




Les dejo un pequeño adelanto de "UN DÍA MÁS". tercera parte de la trilogía Noventa dias ¿Por qué es especial? Léela y lo verás... 


<<DANIEL


No tendría que haber vuelto, tendría que haberme quedado en Escocia para siempre. Tarde o temprano habría aprendido a estar sin ella, o al menos a soportar su ausencia. Sujeto el volante con fuerza y aprieto a la mandíbula para contener las nauseas. Se me retuercen las entrañas solo con pensar en otra mujer. El sudor frío que me empapa la frente me demuestra que jamás seré capaz de hacerlo, y soy lo bastante listo como para saber que tengo que dejar de engañarme. Conduzco hasta el garaje de mi dúplex en Londres y el peso que me ha oprimido el pecho durante estas últimas semanas desaparece de repente. 
Estoy cerca de Amelia. 
Todo sigue igual y durante un segundo, mientras detengo el motor del Jaguar, me imagino cómo serían las cosas si no me hubiese ido esa noche. Si hoy estuviese volviendo del bufete y no de una separación que se me ha hecho eterna. 
Y que tendría que serlo. 
Me quedo dentro del coche con las luces apagadas, los fluorescentes del parking confieren una luz extraña, casi irreal, a mi entorno. 
-Pon el coche en marcha, Daniel –me digo con la frente apoyada en el volante. 
Mi mano sujeta el tirador y abre la puerta del vehículo y todo mi cuerpo –y mi corazón- me lleva la contraria. 
Al entrar en el ascensor se me tensa la espalda. Aquí besé a Amelia, aquí ella me enloqueció de deseo el día de nuestra boda. 
El corazón me golpea las costillas con fuerza. Antes desconocía la existencia de este órgano y sin embargo ahora guía mi comportamiento… al menos respecto a Amelia. Cierro los ojos y respiro hondo. 
Mi estado empeora, me excito. Más de lo que ya estaba. Huelo el perfume de Amelia y la imagino delante de mí sonriéndome, deslizando un dedo por el hueco del cuello de mi camisa. Dios, estoy a punto de… 
La hoja de acero se abre y el sonido de una campana me avisa de que he llegado a mi destino. 
Camino decidido hasta la puerta de mi apartamento y la abro sin darme la posibilidad de detenerme, sin desviar la vista hacia la cinta que me rodea la muñeca. 
El dúplex está a oscuras, la única luz proviene del enorme ventanal del fondo y, sin embargo, mis ojos no tienen ninguna dificultad en encontrar a Amelia. 
Está de pie frente a la ventana, dándome la espalda. No me ha dicho nada pero sé que se le ha detenido el corazón al notar mi presencia. 
A mí me ha sucedido lo mismo. 
-Amelia –pronuncio en voz baja sin darme cuenta. Cada letra tiembla en mi garganta y mis labios se secan al terminar su nombre. 
Ella se da media vuelta y cuando sus ojos se detienen en los míos comprendo que he sido un estúpido al creer que podía verla un segundo y volver a irme. 
-Has vuelto…
-Necesitaba verte –trago saliva y soy incapaz de moverme-… Necesito besarte… Necesito… 
No termino la frase, Amelia está delante de mí, sus labios encima de los míos.
Me sujeta el rostro entre las manos y siento cómo le tiemblan. Su lengua se desliza en mi boca y un gemido desaparece entre los dos. 
-Lo siento –farfullo apartándome un segundo. 
Le he mordido el labio y la sujeto por la cintura como si mis manos fueran grilletes. 
-No lo sientas, Daniel –me dice mirándome fijamente-. No lo sientas y dime que no volverás a irte.


AMELIA


No sé por qué diablos sigo aquí. Tendría que volver con Marina, me detengo al pensar en mi mejor amiga y en lo que me contó el otro día sobre Raff y James. Suspiro. Tal vez tendría que buscarme un piso para mí sola. 
Sí, mañana mismo leeré con atención la sección de alquileres del periódico. 
Doy un par de vueltas en la cama y abro los ojos. Son las tres de la madrugada. 
Odio estar aquí sin él. Odio sentir el silencio, no oír su respiración a mí lado es probablemente la peor tortura que podría haberme imaginado. 
Y vivir sin sus besos. 
La noche que se fue pensé que volvería al cabo de unas horas. Me quedé sentada en el sofá esperándolo, mirando la puerta, convencida de que aparecería de un momento a otro. 
No volvió. 
No sé qué me pasa, siento como si la piel no pudiera contener las emociones que circulan por mi cuerpo. 
Todo esto es absurdo.
Llevo semanas aquí sola y nunca me había sentido así. 
Va a volver, lo presiento.
O tal vez mi corazón me está jugando una mala pasada. Será mejor que beba un poco de agua y me tranquilice. Salgo de la cama y del dormitorio; me he negado a dormir en la cama del piso superior. 
Daniel se ha ido y me niego a pensar que hemos acabado, por eso me he quedado en su cama.
En nuestra cama.
Camino hasta la ventana, las luces de la ciudad me hacen compañía y recuerdo algunos de los momentos que Daniel y yo hemos vivido en ese salón.
Algunos son maravillosos, intensos, profundos. Otros dolorosos. 
La puerta se abre. 
Daniel.
No tengo que girarme, sé que es él. Daniel es el único que me para el corazón.
No puedo respirar, tengo miedo de hacerlo y de despertarme en la cama. 
Tal vez todo esto sea solo un sueño y volveré a despertarme sola en la cama con las mejillas mojadas de lágrimas. 
-Amelia.
Su voz me eriza la piel. 
Daniel está aquí y yo tengo que verlo. No voy a perder ni un segundo más, quiero verlo, dejar que su presencia se deslice dentro de mí y se pegue a mi piel, a mi sangre. Le he echado tanto de menos. 
-Has vuelto… -es lo único que soy capaz de decirle. 
Está más delgado y bajo los ojos tiene unos círculos negros, pero desprende toda la fuerza de siempre. Incluso más. 
-Necesitaba verte. Necesito besarte… Necesito…
No puedo más. 
Me acercó a él y capturo su rostro entre las manos. Es tan tarde que empieza a salirle la barba y tiemblo al sentir algo tan íntimo. Quiero volver a sentir su sabor, no quiero imaginármelo ni un segundo más. 
Deslizo la lengua entre sus labios y ceden indefensos ante mí. Le beso con todo el amor y la rabia de estas semanas y un gemido -¿mío? ¿suyo? ¿nuestro?- se desvanece entre los dos. 
-Lo siento –confiesa con los ojos absolutamente en llamas. Me ha mordido el labio y me sujeta como si no pudiera soportar la idea de soltarme. 
Esta vez fue él el que decidió irse, y me pongo furiosa al recordarlo.
-No lo sientas, Daniel-. Necesito sentirlo otra vez. Quiero que volvamos a ser uno. Recordarle que no podemos vivir si no estamos juntos-. No lo sientas y dime que no volverás a irte.>>

No hay comentarios.:

Publicar un comentario